EL CAMINO DEL AMOR EN LAS RELACIONES: «YO SOY COMO TÚ»

“El objetivo del sendero es transformar tu conciencia de separación en unidad. En la unidad sólo percibimos el amor, sólo expresamos el amor, sólo somos amor.”

                                                                                                                                          Sabiduría Védica

 

Se podrían escribir libros y libros sobre el amor y, de hecho, ha sido así a lo largo de la historia; pero la verdad es que para que el amor adquiera significado, debe ser experimentado, de otra forma estaríamos hablando de palabras huecas. Encontrar una definición para el amor pasa por considerarlo como una ausencia total de miedo y como el reconocimiento de la unión completa con toda la vida. Amamos a otra persona cuando vemos que nuestros intereses no están separados de los suyos y así nos unimos a ella en lo que realmente desea. Se trata de una unión de mentes superiores y no de una simple alianza de egos.

Todos hemos tenido alguna vez percepciones fugaces de amor puro e incondicional, que hacen que, al menos, una parte de nosotros sepa de su existencia. El comienzo de esa toma de conciencia sobre el amor sucede cuando decidimos aceptar a otra persona sin emitir juicio alguno sobre ella e iniciamos el proceso de dar sin reservas mentales y sin esperar algo a cambio. De esta forma, por poner un ejemplo, el amor auténtico vendrá a significar dar sin el deseo de cambiar la actitud del otro o de transformar un estado de ánimo sombrío en otro más alegre, o ingratitud en agradecimiento. El amor verdadero se extiende libremente hacia los demás y es, en sí mismo, la propia recompensa.

Pero realmente empleamos la palabra amor con un sentido diametralmente opuesto. Suele ser dar para recibir, convirtiéndose en un toma y daca, un trato comercial, una negociación. Este hecho es especialmente obvio en las relaciones sentimentales, en las que cada miembro de la pareja ofrece al otro algo con la expectativa puesta en una devolución de lo que él o ella realmente desea. También vemos el amor condicional disfrazado de bondad en la mayor parte de las relaciones entre padres e hijos, proyectándolo al mantenimiento de una determinada conducta. Los padres con bastante frecuencia buscan una afirmación de su propia valía a través de los éxitos que consiguen sus hijos y mediante pagos de respeto. Un niño suele amar a sus padres tan sólo si consigue lo que quiere, ya sea un objeto nuevo o aprobación y halagos. Ese amor no es en absoluto permanente. Su naturaleza temporal nos hace vivir constantemente con el miedo a ser abandonados.

Por otro lado, la metamorfosis del amor condicionado a amor verdadero no pasa exactamente por el perdón, ya que éste, en el fondo, entraña que siga existiendo una cierta deuda del perdonado hacia el perdonador, aunque quede disfrazada sutilmente en un efímero sentimiento de alivio o en una afectividad “amorosa” desbordante, con abrazos y besos incluidos. Creo que, más bien, la transformación adecuada se produce en un acto de agradecimiento, es decir, cuando somos capaces de aceptar e integrar el aprendizaje, a modo de espejo, que me ofrece el otro con un acto amoroso honesto que tendría que ver con mostrarse tal y como es, sin tapujos o restricciones, aún a riesgo de no ser aceptado.  Esto me permite a mí hacer lo mismo y que no se produzcan reclamos compensatorios. Y también es cierto que, tal vez, la situación sólo pueda darse cuando previamente se ha producido un encuentro con el propio ser, en todas sus dimensiones, sin juicios morales y extendiendo un amor y respeto auténticos a lo que uno es.

En esta dimensión entraría el “yo soy como tú”, es decir, lo que veo en ti es lo que yo soy, incluso aquello que me desagrada. Esto no es nada fácil de aceptar ya que, ¿te imaginas diciendo yo soy como tú a un ladrón, a un asesino, a un maltratador o a un terrorista? Sin embargo yo siento que es preciso realizar un acto de humildad, reconociendo que dentro de mí existen todos esos personajes y muchos más. Y si no, como se justificaría todo el daño que hacemos al planeta y a la vida que lo habita; la desconsideración o la no mirada hacia los países más pobres; las guerras legales e ilegales; los engaños e infidelidades; el negocio de la enfermedad; las prácticas despiadadas con animales en las llamadas “fiestas nacionales”. Y, yendo todavía más cerca, quién no ha sustraído algunas monedas del bolso de mamá o algún objeto en un hipermercado –y si no lo has hecho, revisa si lo pensaste y el miedo a ser pillado y castigado te inhibió el deseo-; quién no ha levantado de forma violenta la voz incluso a alguien querido o se ha visto envuelto en una discusión agresiva en la que, al menos, ha pasado por la mente el deseo de agredir a ese que nos ataca aparentemente; quién no ha deseado ver muertos a los terroristas después de alguna matanza, aunque sea en un pensamiento fugaz. Cierto es que podrías decirme, ¡pero no lo he llegado hacer y esa es la diferencia!

Muchas veces el miedo o el sentimiento de culpa nos protegen de invadir los espacios de los otros. La moral social establecida que obedientemente acatamos muchos nos inhibe de actuar todos nuestros deseos. Pero la verdad es que el deseo está ahí y no deja de ser más que una manifestación de que todavía no soy capaz de estar en el amor incondicional; de que todavía no puedo aceptarte y dejarte ser; de que aún no te veo como yo soy. Y, sinceramente, pienso que fortalezco la existencia de aquello que rechazo por el simple hecho de enfocarlo como algo distinto a mí; por la incapacidad de agradecerle aquella parte de mí mismo que me muestra. En el fondo es egoísta y vanidoso pensar que la vida es tan imperfecta como para que todo lo “aparentemente malo” que vemos en el otro y en el mundo, en definitiva, no sea necesario y deba ser erradicado. El amor nos dice que yo soy parte de todo cuanto veo, porque todo esta unido en una misma cosa. Y ahí podríamos establecer un nuevo axioma que sucede cuando a la frase mencionada le quitamos el “como”: “yo soy tú”; dando pié a una importante meditación que expresa la conciencia de la unidad cósmica, la ilusión de la separación de la materia que la física cuántica actual está demostrando.

El trabajo de Constelaciones Familiares está mostrando como para que una relación funcione debemos mirar a nuestros padres y el resto de nuestros antepasados y reconocerles, aceptando y agradeciendo su lugar en nuestras vidas. Es el primer paso para hacerlo también  con los demás seres que están en la historia personal. Este trabajo nos enseña además que todo lo hacemos por amor y lealtad, incluso aquello “moralmente malo” con lo que atacamos a otros o a nosotros mismos.

Cuando doy amor, mi preocupación no está en la conducta propia ni en la de la otra persona. Me siento cómodo y observo como hago las cosas con naturalidad porque reconozco que el amor es mi estado natural. No tengo conciencia de límites. No cuestiono la posibilidad de lo bueno y no estoy en modo alguno preocupado por el tiempo. Soy consciente del momento presente y de todo lo que contiene. Cuando extiendo el amor, soy libre y estoy en paz. La sanación de la actitud nos muestra el modo en que podemos permitirnos experimentar este tipo de amor, el único que existe.

Para amar debo reconocer lo que existe en común entre todos los seres vivientes –sea cual sea su manifestación y su grado de desarrollo en la escala evolutiva- y yo mismo. El amor que hay en nosotros puede unirse entonces al amor de los demás y generar relaciones auténticas basadas en la tolerancia y el respeto. Ese será entonces el inicio de la construcción de una verdadera y única sociedad armónica.

 

Juan José Hervás Martín

Terapeuta y co-director del Centro Naturista Ailim